El texto que os presentemos a continuación es el artículo introductorio al debate sobre globalización económica a cargo de Jaime Estay, professor de Eeconomía, colombiano y miembro de la Red de Estudios de la Economía Mundial, REDEM. El Observatori Solidaritat UB invita a sus usuarios a participar en el Fòrum Global, espacio creado para recoger el debat entre los usuarios y las usuarias de estas páginas.
Qué pasa con la polarización?
Hace exactamente 10 años, cuando ya venía adquiriendo fuerza el concepto de "globalización", nos anunciaron que había llegado "el fin de la historia". En 1989, apareció con ese título un artículo de Francis Fukuyama que tuvo gran impacto, a tal punto que lo transformó en un libro que salió publicado tres años después (El fin de la historia y el último hombre), y tanto en el artículo como en el libro posterior, Fukuyama anunciaba la finalización de la historia entendida como un proceso único, evolutivo y coherente, finalización que se derivaba del arribo a una forma de organización social en cuyo interior todos los problemas principales podían ser -o ya habían sido- resueltos.
En esa perspectiva, en la economía global en formación el funcionamiento de los países desarrollados, y en particular los principios e instituciones asociados al liberalismo económico y a la "democracia liberal" en dichos países, constituían para ese autor "el punto final de la evolución ideológica de la humanidad" y "la forma final de gobierno", y por ello se habría llegado al fin de la historia, al constituir dicho funcionamiento una aspiración compartida por todas las regiones, los grupos sociales y las culturas del planeta, y al estar él libre de contradicciones internas fundamentales cuya solución pudiera implicar el paso a un orden social más elevado.
En el gran impacto que causó la propuesta de Fukuyama, con seguridad influyó el momento en que ella fue planteada -momento en que a la debacle del socialismo real, se sumaban los anuncios estadounidenses de un "Nuevo Orden Mundial" cuya primera expresión era la Guerra del Golfo-, de tal manera que la tesis del fin de la historia reflejó y articuló conceptualmente lo que en ese entonces era en alguna medida una opinión de "sentido común", llegando a constituirse en lo que Paul Anderson ha llamado "la imagen representativa de la época".
Sin embargo, desde el anuncio de Fukuyama han pasado muchas cosas, y entre ellas ha ocurrido que la euforia que al inicio de la década predominó en muchos círculos de políticos e intelectuales tuvo que ser matizado, en la medida en que distintas evidencias y análisis fueron mostrando que la súbita multiplicación de virtudes en el orden social existente en realidad no era tal y que, a pesar de las predicciones, los problemas de todo tipo han seguido caracterizando al sistema mundial.
En el ámbito político-militar la gran desilusión, para aquellos que llegaron a ilusionarse, fue que el fin de la guerra fría de ninguna manera significó el inicio de una etapa de paz generalizada. Como un resultado obligado por la subsistencia de causas que iban más alla de la confrontación entre las dos superpotencias, varios de los conflictos previos han seguido estando presentes, y otros cuantos conflictos armados intra e internacionales- se han agregado al nuevo escenario mundial, en el cual las fuertes tendencias a la disgregación política y a la multiplicación de reivindicaciones nacionales, étnicas, territoriales, de raza, de genero, de clase, etc., asumen las formas más variadas, desmintiendo en todo las predicciones de estabilidad sistémica.
Esos conflictos, latentes o ya en pleno desarrollo, varios de los cuales muy livianamente han sido calificados por el mismo Fukuyama en su libro Confianza, de 1995 como "estimulación transcultural", se han transformado en componentes centrales del fin del siglo, elevando a nuevos niveles la incertidumbre y el potencial de explosividad del panorama político mundial, y se han acompañado de una recomposición del ejercicio del poder militar, con Estados Unidos concentrando abiertamente dicho ejercicio, usándolo discrecionalmente con la aprobación expresa o tácita de otros gobiernos y haciendo a un lado a las instancias multilaterales supuestamente rectoras del orden internacional.
Respecto de los avisos de un mundo en el cual el avance de la globalización, y las mayores posibilidades técnicas y productivas que ella encierra, empujarían a una reducción --o incluso a la desaparición- de las desigualdades económicas, las cosas no han andado mejor. Muy por el contrario, el incremento de la polarización económica y social es una realidad que ha ido cobrando cada vez más fuerza conforme transcurren los años noventa y se van definiendo los perfiles del nuevo escenario mundial que se abre paso desde el término de la guerra fría.
En dicho escenario, son muchas las evidencias que apuntan a un funcionamiento sistémico en el cual, bajo sus actuales modalidades, el avance científico-técnico y las verdaderas revoluciones que se están produciendo en campos tales como la microelectrónica, la automatización, los nuevos materiales, la biotecnología, las telecomunicaciones y la informática, lejos de conducir a una mejor atención de las necesidades humanas y a un aumento generalizado del bienestar que podría esperarse de ellas, se están acompañando de una acentuación de los grados de concentración de la riqueza y del ingreso, y de un incremento de las desigualdades tanto entre los países como en el interior de ellos.
Si bien lo antes dicho tiene expresiones muy notorias en las economías atrasadas y en las distancias existentes entre ellas y el mundo desarrollado, se trata de una tendencia global que también se manifiesta en el funcionamiento interno de una buena parte de las economías industrializadas, en las cuales se ha acentuado la exclusión social y la generación de "espacios tercermundistas", lo que ha llevado a distintos autores a hablar para esos países de un "desarrollo del dualismo", de sociedades que se mueven en dos velocidades", etc.
Para esos países, son ya muchas las evidencias de los cambios en la relación salarios/ganancias en contra de los primeros y a favor de las segundas, de las mayores disparidades salariales, y de la baja capacidad de generar empleos que viene acompañando al funcionamiento de las economías industrializadas, de tal manera que la caída absoluta del empleo industrial y el desplazamiento de trabajadores por procesos automatizados, se ha acompañado con elevadas tasas de desempleo desde hace ya bastante tiempo, las cuales en la mayor parte de los casos la excepción reciente más importante es EE.UU.- no tienden a disminuir.
También en lo que respecta al empleo, un rasgo que ha ido adquiriendo fuerza tanto en los países atrasados como en los desarrollados, es la precarización del empleo, esto es, que una parte importante del escaso empleo nuevo generado se asigna bajo condiciones precarias ya sea por la jornada, la duración total del empleo, el tipo de contratación, las condiciones materiales para trabajar, las prestaciones, el salario, etc. En tal sentido, lo importante no es sólo el incremento del empleo precario, sino el que una buena parte de ese incremento sobre todo en las economías atrasadas- está vinculada a los contenidos asumidos por la modernización productiva, de tal manera que un elevado porcentaje de la precarización se ubica no en actividades secundarias de las empresas ni en producciones y ramas marginales, sino en el corazón mismo de los procesos productivos y en ramas y producciones centrales de la actividad económica. De esta manera, en gran medida es el propio proceso de cambios en la economía y en las relaciones capital/trabajo y no la ausencia de cambios o la mera continuidad del estancamiento económico que se hizo presente a nivel mundial desde los años 70 el que va multiplicando la precarización, con que a los ya viejos problemas de baja generación de empleo, se suma una fuerte tendencia a la generación de empleos para pobres?o de pobres con empleo, ante la cual para muchos trabajadores la obtención de empleo bien puede acompañarse con la permanencia de un nivel de ingreso por debajo de la línea de pobreza.
En los análisis referidos ya no a los países desarrollados, sino al conjunto de la economía mundial y a las relaciones económicas internacionales, las referencias al incremento de la polarización se han ido multiplicando, al igual que las cifras que dan cuenta de esa situación. Entre otros documentos, los sucesivos informes del PNUD han ido presentando una abundante información estadística sobre distintos aspectos de esa mayor polarización y, en tal sentido, para la totalidad mundial sólo basta recordar un par de cifras: por una parte, que 1300 millones de personas, cerca de un tercio de la población del planeta, sobreviven con menos de un dólar diario; y, por otra parte, que el 20 por ciento más pobre de la población del planeta ha reducido su participación en el ingreso mundial, de un 2.3% en 1960 a un 1.1% en la actualidad, de tal manera que la relación entre las participaciones en el ingreso total del 20% más rico y ese 20% más pobre, ha pasado de 30 a 1 en 1960, a 61 a 1 en 1991 y a 80 a 1 en 1995.
Todo ello, es resultado no sólo de mayores disparidades en el interior de las distintas economías, sino también de una notoria acentuación de las transferencias internacionales de ingreso desde los países pobres hacia los desarrollados, con tendencias como las siguientes: la caída para los años noventa de un 45% en el precio real de los productos básicos en comparación con la década anterior, con lo cual dichos precios han alcanzado un nivel que es 10% inferior al de la gran depresión de los años treinta; el deterioro en un 50 por ciento que se ha dado en la relación de términos de intercambio para los países atrasados en los últimos 25 años; el 30% por encima del promedio mundial que alcanzan los aranceles con que los países desarrollados gravan las exportaciones de los atrasados; y, los 500 mil millones de dólares que estos países pierden anualmente como consecuencia del desigual acceso al comercio, al trabajo y las finanzas, de los cuales 60 mil millones se derivan de los subsidios agrícolas y de las barreras al ingreso de textiles que aplican los países avanzados. Y no por casualidad, todo ello ocurre al mismo tiempo que la ayuda bilateral hacia los países atrasados se ha reducido hasta un 0.28% del producto global de los países industrializados, porcentaje éste que es el más bajo desde que en 1970 se fijaron objetivos respecto a dicha ayuda.
En suma, son muchas las evidencias de que la globalización bajo sus formas actuales "avanzando a una velocidad extraordinaria pero sin mapa ni brújula", se dice en un informe del PNUD, no sólo ha multiplicado las desigualdades, aumentando al máximo la brecha en la totalidad mundial entre ricos y pobres y en el escenario internacional entre países desarrollados y atrasados, sino que está creando las condiciones para un escenario en el cual la polarización económica y social, los conflictos políticos en ascenso y la aplicación indiscriminada de la ley del más fuerte en todos los terrenos empezando por el militar, se afiancen como los verdaderos actores del mundo de las próximas décadas. Jaime Estay. Profesor investigador de la Facultad de Economía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (México).