EL 11 DE SEPTIEMBRE Y AFGANISTÁN:
ELEMENTOS PARA LA REFLEXIÓN
El domingo 7 de octubre de
2001 comenzó oficialmente la ofensiva contra el terrorismo mundial encabezada
por los Estados Unidos y secundada por la OTAN. Casi un mes antes, el 11 de
septiembre, se había producido uno de los acontecimientos más espectaculares
de este inicio de siglo. Dos aviones chocaban contra las Twin Towers en New York
causando más de 5.000 desaparecidos/muertos y destrozaba no sólo el sky line
de la ciudad de los rascacielos sino uno de los símbolos del capitalismo y del
poder económico del llamado mundo libre. A su vez, otro avión chocaba contra
el Pentágono, símbolo del poder militar del país más poderoso del planeta.
Las reacciones mediáticas no se hicieron esperar.
La cobertura de lo que se
catalogó inmediatamente como atentados terroristas fue mundial y casi instantánea.
Excepción hecha de China, la noticia fue portada de periódicos, radios y
televisiones. Las especulaciones sobre la autoría de los hechos no se hicieron
esperar, todo apuntaba a un acto terrorista perpetrado por islamistas radicales.
En días posteriores, instancias oficiales estadounidenses confirmaron el nombre
de Osama Bin Laden como responsable máximo de estos hechos. También se confirmó
la existencia de una organización terrorista de carácter internacional al
frente de la que estaba el mismísimo Bin Laden. Al mismo tiempo se hacía
previsible una respuesta contundente al estilo norteamericano.
El 7 de octubre comenzó en
Afghanistán la respuesta militar a los atentados terroristas. Era el principio,
así se anunció, de una cruzada militar de larga duración y alcance mundial
contra el terrorismo que enfrentaba a los Estados Unidos y sus aliados –el
mundo libre- contra el resto del mundo, el calificado como no libre.
Pero con el 11 de
septiembre no llegó únicamente un ataque total al terrorismo internacional
sino que comenzó, tal y como ya habíamos presenciado en otras ocasiones, una
dinámica mediática y política de caracterización del conflicto. Exceptuando
casos muy concretos, mediáticamente el asunto se configuró de forma simplista:
los talibanes –unos desalmados déspotas, traficantes de drogas y violadores
de los derechos humanos fundamentales- protegían al terrorista internacional más
buscado del momento, Osama Bin Laden, jefe de una organización terrorista de
islamistas radicales que había atentado en pleno corazón de Manhattan y de
Washington, contra el mundo libre. Y no únicamente esto, además había sido
ayudado por población civil, aún sin concretar. Se empezaron a despertar
dentro del imaginario estadounidense y occidental a los llamados agentes
dormidos. Identificados quedaron, pues, los malos: islamistas (y casi por
extensión cualquier creyente en el Islam), árabes en general (sin entrar en
consideraciones nacionales), civiles sospechosos de pertenecer a movimientos
radicales (entendiendo por radical cualquier tendencia que no fuera en el camino
del american way of life), etc. Los buenos,
también quedaron retratados, los Estados Unidos revelaban debilidades (¿quizás
un diseño equivocado o no suficientemente acertado de la estrategia de defensa
del país, demasiado orientada hacia la amenaza exterior materializada en
misiles enemigos y no tanto hacia la amenaza interior, que tantos quebraderos de
cabeza había ocasionado en Whashington y Seattle?). Pero como país en duelo se
respetaba su derecho a la venganza. George W. Bush, tenía en sus manos el poder
militar, el poder mediático y la aprobación de una nación que durante los
comicios del año 2000 no le había dado una confianza total. Se convertía,
junto con John F. Kennedy, en uno de los dos presidentes estadounidenses con más
poder de los últimos 50 años. A su lado, un experto en estas veleidades, el
general Colin Powell, que ya había participado en la guerra del Golfo,
asesoraba a Bush junior en las tácticas a emprender. Primero, concierto
internacional en la realización de una operación de castigo y justicia ante la
previsible negativa talibán a entregar a Bin Laden a los Estados Unidos (la
pregunta es: ¿qué hubiera sucedido si los talibán hubieran aceptado y
entregado a Bin Laden¿), segundo, el ataque, ¿tercero? Aún sin respuesta.
El exceso de información más
o menos insustancial (repetición de datos, especialmente aquellos relacionados
con las incursiones militares en Afganistán, con interpretaciones varias)
controlada por el ejército/ejecutivo norteamericano que llega en la actualidad
a nuestros hogares en relación a los ataques a las twin towers, los ataques a
Afghanistán, el posicionamiento de los países árabes, los movimientos
de la OTAN, etc obliga a que reflexionemos sobre los hechos, y en
especial sobre su tratamiento. A continuación sugerimos algunos temas para la
reflexión:
Pese al mantenimiento de la situación anteriormente mencionada, se hace evidente, que las estrategias de defensa nacional norteamericanas están en la palestra: ¿Se hace necesaria una revisión de las estrategias de defensa de los Estados Unidos, del resto de naciones del planeta, de las organizaciones regionales de defensa, léase la OTAN (Organización del Tratado Atlántico Norte)? ¿Qué orientación deberían tener estas estrategias de seguridad nacional/regional? ¿Se debería continuar con el planteamiento tradicional norteamericano que se articula, muy sumariamente, entorno a la provisión de armas y entrenamiento a determinados gobiernos –independientemente de tendencias ideológicas o religiosas- a cambio de bases militares en zonas geoestratégicas y de continuidad en el comercio y transferencia de armas y otros productos?
Implicaciones para la industria
armamentística. Con esta nueva guerra u ofensiva, que temporalmente no
tiene un final definido (unas dos o tres décadas), la industria armamentística
–especialmente la norteamericana- recibe un soplo de aire fresco. Además,
la identificación de nuevas amenazas puede incentivar la investigación
militar y la inversión en nuevas armas así como la estimulación del
mercado internacional de armamentos. En este sentido se debe precisar que
ante el repunte de la industria armamentística, y por ende, de sus mortales
artilugios, se deben plantear y tratar temas de tan diverso calado como el
seguimiento estricto de un código ético de conducta en la
exportación de armas o el control armamentístico (al que es tan
remiso el ejecutivo estadounidense) así como la transparencia en las
relaciones entre las empresas armamentísticas –y sus lobbys- y los órganos/personas
encargados de la toma de decisiones en relación a la venta de armas.
Recordemos que la guerra es un negocio, y como todos los negocios no conoce
reglas, ni seres humanos, ni razones de humanidad sólo beneficios.
Tratamiento
de las reivindicaciones sociales y políticas de la sociedad civil.
La percepción de un nuevo tipo de agresión, alejada de las estrategias de
las guerras convencionales y de las estrategias de guerrillas, caracterizada
por los medios de comunicación como organizada (con todo lo que ello
implica: infraestructura, logística, soporte civil, etc) hace temer la
criminalización de grupos o movimientos opuestos al actual sistema de
valores y de organización económica y social occidental. Dicha
criminalización podría conllevar no únicamente la radicalización de
determinadas alas de dichos movimientos o grupos sino también la
criminalización de las alternativas –muchísimas de ellas no violentas-
que propugnan, y la llegada, tal y como auguraba Francis Fukuyama con la caída
del bloque socialista, del fin de la historia, la no existencia (basada en
este caso en la persecución y proscripción) de alternativas al american
way of life.
Consideración
de los derechos civiles y políticos.
Los primeros movimientos políticos tras los atentados del 11 de septiembre
se tradujeron en la adopción de medidas que violan derechos como el de la
intimidad o el de la libertad, tal y
como denuncian múltiples organizaciones de defensa de los derechos humanos.
En este sentido, se debe hacer mención y consideración de aquellas
cuestiones que pueden implicar una involución de derechos tales como los
civiles y políticos que se han consolidado y expandido en Occidente durante
el siglo XX. Entre estas
cuestiones se debe tener especialmente en cuenta la discreccionalidad con la
que el ejecutivo norteamericano ha dotado al Servicio de Immigración y
Naturalización, a través del Acta sobre Immigración y Nacionalidad que
permite, según Human Rights Watch incrementar sus poderes ‘para actuar
contra personas que no tienen la ciudadanía norteamericana dentro de los
Estados Unidos y que se cree que están involucrados en actividades
terroristas’, entre estos poderes está el de la detención y la no garantía
de un proceso debido. Así mismo, las críticas también se ciernen sobre la
ley ‘Uniendo y Reforzando América’ conocida también como Uniting
and Strengthening America Act (USA Act) aprobada en octubre de 2001 por
el Senado y que entre otras cuestiones permitirá la realización de
escuchas, escuchas telefónicas y interceptación de comunicaciones electrónicas,
la obtención de datos financieros personales, etc. Por su parte, el Congreso norteamericano aprobó, a
su vez, la ley PATRIOT (Provide
Appropiate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism) que
contempla acciones similares a la USA Act pero que no incorpora cuesitones
relacionadas con el lavado de dinero y que además establece un plazo
temporal, concretamente, hasta 2003 para la determinadas provisiones. Estas
acciones legislativas han planteado un intenso debate mediático en la
sociedad norteamericana centrado principalmente en el dilema: ¿seguridad o
libertad? Pero detrás de este debate permanece la cuestión: ¿involución
de los derechos civiles y políticos, a cambio de qué?
en
los medios de comunicación. El impacto mediático de los atentados y
de la guerra en Afganistán han demostrado, una vez más, no únicamente la
parcialidad de estas empresas audiovisuales sino su capacidad de influir en
las personas y de descubrir cuestiones hasta ahora desconocidas por la mayoría
del público como, por ejemplo, la relación entre la consolidación y
sustentación del gobierno talibán –al margen de ls ayudas
internacionales, exceptuando las de Arabia Saudí, Pakistán, etc-
y el cultivo y tráfico de drogas (principalmente opio y heroína).
Por doquier surgen reportajes ‘informativos’ sobre el déspota gobierno
talibán sin tener en cuenta que dicho gobierno subió al poder gracias a
las armas y apoyo estadounidenses (de lo que parece no existir ni documento
gráfico ni testimonio). En relación a la información que se ofrece, ésta
está dominada y controlada por el ejército/ejecutivo norteamericano que
distribuye las notas informativas sobre los ataques en Afganistán, difunde
con pelos y señales los casos de antrax, etc.
El tratamiento del ‘mundo islámico’. En estos momentos se hace evidente el desconocimiento que de las sociedades árabes y de sus particularidades existe. El planteamiento religioso (el Islam contra el mundo) ha impregnado mucho de los discursos existentes. Sin embargo, si el componente religioso se puede hasta cierto punto obviar no puede suceder así con las realidades que están exteriorizándose poco a poco y que muestran, a pocos kilómetros de distancia de nuestras casas (entre Túnez y Barcelona hay una hora y media de vuelo) un panorama político, económico y social desolador. Que muestra también la diferencia, la concepción diferente y divergente, pero por ello no menos enriquecedora, de otras modernidades, la modernidad pensada en términos árabes, en términos islámicos, en términos pro-occidentales, etc.
Otras
cuestiones entorno a las que sería interesante reflexionar tienen como temas de
interés: