El conflicto de Chiapas

Tema: La situación de la mujer

La Guillotina, nº 31. Agosto-setiembre 95

Mujeres indígenas. Protagonistas de la historia

Guiomar Rovira

Cómo se pobló la selva:

Cuando las cuatro familias pioneras llegaron a Guadalupe Tepeyac todo era selva. La espesa vegetación mostraba el nuevo habitat inhospito al que enfrentarían los tojolabales que venían de las fincas, hartos de trabajar como peones. De esos fundadores, sólo quedan las mujeres, ancianas ya. Ellas sufrieron como nadie la huida de su comunidad cuando el 10 de febrero de 1995, -55 años después de colonizar ese pedazo de selva- tuvieron que huir por las montañas. el Ejército Mexicano invadió el lugar, cientos de soldados descendieron en helicopteros. La gente de Guadalupe decidio refugiarse en el hospital ocupado por la Cruz Roja Internacional, pero los militares entraron en él empuñando sus armas. Todas las casitas y chozas fueron minuciosamente registradas. Los Guadalupanos, y con ellos sus ancianas, abandonaron el pueblo. Con lo puesto, emprendieron un éxodo montaña adentro, huyendo de la "labor social" y "la restauración del estado de derecho" que trajeron los militares. [...]

La lucha por la tierra data de hace muchos años en Chiapas. Los indígenas, campesinos sin tierra, peones acasillados en las grandes fincas al servicio del patrón, llegaron a colonizar los territorios nacionales en la Selva Lacandona. Muchos, antes de lanzarse a la avengura colonizadora, conseguían títulos de propiedad ejidal en determinados puntos de la Selva. Otros se lanzaban a trabajar la tierra mientras tramitaban su dotación. A Guadalupe Tepeyac llegaron sin ningún papel. Los maridos de Zoraida y de Chole tuvieron que hacer junto con los demás hombres "la lucha". Zoraida explica desde el principio la historia:

"Yo nací en El Porvenir, cerca de la Petema en una finca. Mis papas vivían con patrones. Toda la semana trabajaban para el patrón, solo el domingo era para os mozos. Pensaron formar un ejido y entre cuatro y cinco gentes poblaron. Pero con la familia fundaron y creció Guadalupe. Luego llegaron más pero tuvieron problemas con el gobierno para legalizar la tierra. A un tío le pegaron un tiro por pedir la tierra. Eso fue hace cuarenta y dos años. Ellos empezaron a arreglar los papeles habían tumbado un pedacito de montaña, descamparon para montar las casas. Ese fue su delito. Le metieron un balazo pero no se murió. A dos los metieron en la cárcel. Estuvo duro porque estuvieron los soldados”.

Doña Chole, mujer de carácter fuerte, relata cómo quien
cuenta la vida ajena:
Fue difícil construir el ejido. Le dieron un balazo a mi esposo, por un terreno, fueron los federales que llegaron. No había como arreglarlo, no sabíamos porque estabamos perdidos, olvidados como animales. Entraron a lo grosero, disparando bala. A mis hijos les dije: no se muevan y estense en la cama, con cuidadito. No pudimos hacer nada. No les tuve tanto miedo y les dije que qué orden traen. Que porque nos miran así indios, a saber qué nos vienen a hacer. Pero allá lo van a saber en la presidencia. Pero ni me atendieron. Tiraron bala. Le pegaron un tiro a él y se fue a presentar a las Margaritas. Así se arregló.

A un compadre por arreglar su terror lo metieron a la cárcel. Había un patrón, José Villatoro, ellos arreglaron todo. Y pasamos a tener la tierra”.

Parece ser que en la aventura colonizadora, las mujeres fueron las mas recientes, las menos dispuestas. Para ellas, abandonar su casa representaba abandonar todo lo que conocían, dejar a sus padres, enfrentarse con un miedo terrible a todo lo que ignoraban. Chole y Zoraida, como tantas otras, tuvieron que seguir a los hombres. En algún lugar de la Selva, mientras resisten con animo la añoranza de su pueblo invadido por los soldados, rememoran la llegada a este “santo lugar” que llamaron Guadalupe:

“Los hombres empezaron a limpiar la Selva. Comíamos y no comíamos por trabajar ese pedazo de tierra, para abrigo. No encontrábamos ni frijol, ni café, ni sal meramente, sin nada estabamos. Por eso, yo le digo, nos privamos tanto que yo ya no quiero estar sufriendo, sigue lo mismo per mas grande.

Se desmayaron los difuntos, les pego la fiebre y se murieron. Quedamos viudas todas. Estaban potentes todavía. Les dio una enfermedad y no había con qué arreglarla.

Quedamos puras mujeres y niños chiquitos, no podían ayudar a sus papas. Y entro gente, llego compañía, algunos familiares que no tenían donde vivir. De por si estabamos pobres, nada mas estabamos abrazados así, sin nada. Pero la tierra ya la teníamos. Cuando nos quedamos viudas, como había ranchillos ahí cerca, veníamos a ganar al corte de café, nos pagaban y así les conseguíamos ropita a los niños, nos pagaban dos reales la carga. Cuando empece en este lugar, si sufrimos, pero ahorita otra pasada, todavía lo estoy viendo.

Zoraida vuelve a llorar. Como diría un comunicado del subcomandante Marcos, “60 mil razones verde olivo” impiden que ella regrese a Guadalupe Tepeyac, considerado el bastión de la insurgencia. Zoraida, que como toda la gente de su pueblo no pone en ningún momento en duda la justeza del movimiento zapatista, pide que salga el ejercito, afirma que los soldados la asustan, a ella, a sus hijas y a sus bisnietos. Y Zoraida repite hasta la saciedad que ya no merecen que la vida los vuelva a poner a prueba como cuando poblaron. Tanto sufrimiento que les costó: “Ahora están bien peligrosos los tiempos y otra vez a sufrir. Así lo vinimos a sufrir en este pedacito de terreno donde no comíamos de frijol, de café, de maíz, ni de ropa, ni la paga, porque estaban todavía chiquitillas las matitas, no teníamos nada. Puro remendadito, lavar y poner el mismo pedazo en el hoyo de la ropa”. ¿Quien no puede imaginar las condiciones de vida que encontraron estas mujeres al llegar a un claro de la selva? Tuvieron que dar a luz solas, ingeniárselas para preparar “puro monte” para comer, cargar los hijos, ayudar al marido destrozado por la dureza del trabajo físico, ver morir de enfermedades a los suyos, lejos de todo remedio, lejos de toda su cosmogonía. Los hombres domaban la tierra virgen. Ellas también tuvieron que empezar de cero, buscar alternativas a las grandes carencias:

“Antes ni jabón encontrábamos, nada. Una hojita de amolio, unas vainitas larguitas así, y lo machucábamos en nuestra batea para lavar nuestra ropa con los niños, ni jabón se miraba, no. Puro amolio. No encontrábamos ni un quinto, pues estaba muy barato cuando ibamos a ganar por corte de café en un ranchito. Pero que le vamos a hacer. Teníamos que ganar algo, tenia yo hembra y varón, puros chiquitos. También los demás. Igual trabajábamos en este santo lugar. Entre cuatro son que bajamos a poblar. Ya de veras lloramos de por si nuestra suerte porque no encontramos nada de por si cuando recién bajamos. [...]

Chole tiene una personalidad imponente, ella no se queja más que lo necesario. Para acabar el relato, desde la champa que apenas los protege a todos de la lluvia, donde duerme tirada en el suelo de tierra como los otros 40 refugiados que comparten este techo, concluye:

“Es seguro nuestro destino que nos dio diosito porque de personas que somos nos tenemos que soportar en este mundo, porque la verdad sufrió él que es dios, qué tal nosotros...”

HACIA EL AHLAN K’ILAN

La inmigración indígena a las tierras de la selva tuvo como momentos culminantes las décadas de 1940, 1960 y 1970. Se calcula que más de 150 mil personas habitan hoy en día esa zona, denominada ahora de “conflicto”, “territorio zapatista”, etc. Cansados de la explotación, del hambre, de no poseer un pedazo de tierra suficiente como para sembrar el maíz con que alimentar a la familia, los hombres tomaron la decisión.

La colonización supuso la formación de pueblos jóvenes que necesitaron de una cohesión social muy grande para enfrentar las dificultades iniciales y la hostilidad del medio. Lo mas significativo de este proceso es la voluntad de superación de los hombres y mujeres que lo emprendieron, una lucha contra todo y por la vida que ha sido el caldo de cultivo de la lucha armada del EZLN. En la selva se encontraron diversas etnias, se formaron poblados mixtos, se casaron tzotziles con tzeltales, tzeltales con tojolabales, choles con tzotziles... Estos matrimonios se comunican entre si en la lengua del marido, por ello muchas mujeres se convirtieron en bilingües, pues estaban socialmente obligadas a ello. También en muchos casos se aprendió el español, útil para vender la cosecha, hacer valer los propios derechos y llevar a cabo las luchas campesinas. Las mujeres, monolingües o bilingües, rara vez hablaban en castellano. No es extraño que aunque lo sepan, lo oculten. Las tojolabales, mas acostumbradas al trato con los ladinos en las fincas y en los valles de Comitán, son la etnia que mas mujeres castellano-hablantes tiene. Conviven con muchos mestizos, campesinos pobres que también huyeron a la Lacandona. En la selva se precisaba de la unión de todos y la acción conjunta para “abrir la vida”. Muchos hombres, líderes naturales, se convirtieron en poliglotas, en viajeros. Para ellas, la selva también represento en muchos casos romper con la disciplina ferrea de sus vidas. Aunque ellas no lo hicieron a gusto. [...]

Y LAS NIETAS SE HICIERON INSURGENTES

Aunque ganaron su libertad y en muchos casos algo más de tierra que cultivar, los indígenas trasladados a la selva siguieron viviendo en una total carencia. Y en los lugares inaccesibles de la Lacandona, la ausencia de servicios se agravaba por la lejanía de los hospitales mas próximos, las escuelas, las tiendas, el transporte. [...] Silvia es una capitán del EZLN. Tiene 18 años, es cholera, -es decir de la etnia de chol-. Nació en un pueblo pequeño de la Lacandona. Sus padres estuvieron entre los primeros en llegar ahí y colonizar. Silvia apenas recuerda su infancia. Pero si sabe que de su pasado nace su vocación luchadora.

“Tenia mas o menos cuatro hermanos. Trabajaba en el campo, no estudie. Los maestros llegaban alguna vez pero solo contaban a los alumnos y se iban, no daban clases.

Mi ejido es muy pobre, no hay nada. Yo ayudaba a mi mama, mi familia vive en la miseria, sin dinero, sin nada. Si los niños enferman, no hay donde ir, no hay carretera ni médicos. Los enfermos los llevan cargados ocho horas caminando. Se mueren. Los que están enfermos de calentura o enfermedades que se pueden curar no es justo que se tengan que morir. Las mujeres no tienen nada, trabajan en sus casas, cargan leña, llegan a trabajar, tortean, hacen comida, ayudan a limpiar la milpa a los maridos y atienden a los hijos. Algunas, no todas, participan en las reuniones de la comunidad, las que llegan a entender.

“Supe mucho antes que había una organización armada, el EZLN. Alguien me lo comento, uno de otro lado, no del pueblo. Empece a pensar en los once puntos por lo que lucha el EZ. Y por eso me sentí muy orgullosa de integrarme aquí. No hay nadie que se venga por gusto nada mas. Estamos explotados por el gobierno, por los que tienen poder”.

La idea de la lucha armada penetro en las cañadas dela selva y echo raíces profundas. La división y la delación fueron a veces causas de represiones desmedidas, que no hicieron mas que acrecentar una única opción entendida en muchos casos como autodefensa. Silvia sufrió este proceso en carne propia:

“en mi pueblo no todos estabamos con el EZ y en 1990 nos traicionaron. Llegaron como 500 federales armados y registraron toda la comunidad y encontraron armas. Éramos pequeños grupos de organizaciones y por eso nos investigaron, querían ver quien era el dirigente, quien mueve el ejido. Uno hablo, lo dijo todo, nombres, etc. Tomaron presos. Algunos se pudieron esconder. Pero a los dirigentes los llevaron y algunos no han vuelto a aparecer. Los que fueron lograron venir hasta acá, a este pueblo, los estuvieron buscando por las montañas, dispararon por todas partes. Mataron, porque a algunos ya no los volví a ver.

A Azucena -su compañera insurgente- y a mi nos llevaron a una casa de seguridad en San Cristóbal, donde no nos encontraran los federales. En esa casa donde estuve trabajando pense bien que iba a hacer. Y pedí ir a la montaña a empuñar las armas. Ya se que es un sacrificio lo que voy a hacer, pero es hora de confirmar, por eso estoy acá. Hasta ahora no he visto a mi familia desde 1989, no saben donde estoy. Los ejércitos tienen controlado el ejido ahorita.

Y me siento orgullosa de estar aquí en el EZLN, es necesario estar aquí. Además aquí se aprende. En una casa nada mas trabajas, haces la comida y no se aprende nada. Por eso es mejor venir para bien de nuestro pueblo, tomar las armas. Yo antes no sabia español, hablaba puro chol. Aquí me enseñaron todo. Ahorita lo estoy llevando pues adelante”.

Azucena vivió junto con Silvia la incursión militar en su ejido, que culmino con el arrasamiento e incendio de las casitas donde vivían. A partir de entonces y a pesar de su juventud, Azucena tuvo claro que quería ser insurgente:

“Yo no me lo pense mucho. Vine así nomás, rápido. Pase tres idas nomás de miliciana y después me mandaron para aquí. Creo que tengo dieciocho años, llevo tres en el EZLN.

Nosotros no luchamos por dinero, nos alzamos en armas, es muy difícil ser insurgente pero estamos decididos a esto por todo lo que necesitamos, para el bien del pueblo, quizás con las armas nos entienda el gobierno. Yo estoy tranquila, no había otro camino”.

Elisa es otra capitán de origen tzeltal. Salió de una de esas tantas comunidades nuevas de la selva donde la pobreza era insostenible. A sus ventidós años asegura:

“Yo tengo cinco años en el EZ. Decidí entrar porque vi la situación en mi pueblo. Antes no sabia que había compañeros que estaban preparándose para luchar y sacar adelante al pueblo. Pero cuando me entere ya me fui a la montaña para prepararme para hacer la guerra, decidí ingresar a las filas del EZLN.

Claro que a nadie le gusta hacerse insurgente, pero con esta situación pues tenemos que hacer el esfuerzo y aguantarlo para que el pueblo tenga lo que necesita. Porque ya hemos visto muchas veces que la gente se organiza, hace marchas, plantones y nunca se resuelve nada. Por eso mejor agarrar las armas. Y para ello hay que estar en la montaña, sufrir allí y aguantar todas las chingas que pasan, si te dice el mando que tienes que caminar toda la noche, aguantar el frío, el sueño, la lluvia...”.

LA MUERTE


La mayor insurgente Ana María consigue hablar por todas las insurgentes y responder a la pregunta ¿no les da miedo la muerte? Y ¿por qué?

“No sentimos nada la muerte. O sea, ya desde antes nos sentíamos como desaparecidas, nunca nos tomaron en cuenta. Ha habido muchas muertes en los pueblos de hambre y enfermedades, nosotros decimos que es como si siempre estuviéramos en la guerra. Ahorita nos morimos si nos matan. Los que han muerto... pues si, nos duele, pero era necesario que alguien se muriera, que alguien diera su vida para lograr la libertad y la justicia que no existen en este país. Nosotras las mujeres estamos convencidas de nuestra lucha y no nos da miedo morir. Es mas doloroso ver a los niños morirse de enfermedades curables, collera, sarampión, tosferina, tétanos, enfermedades que el gobierno dice que ya no existen. Yo no tengo hijos, pero si he visto morir a dos niñas en mis brazos. No podíamos hacer nada, seles murió la mama antes y no había comida pues para estas niñas. Y como ellas, se han muerto miles, miles de niños y no es justo. Durante todo este tiempo que estuvimos luchando pacíficamente sin obtener nunca nada se nos murieron muchos pero muchos niños, cada ve que pasa una enfermedad arrasaba. Cada año se hacían mas grandes los panteones de las comunidades.

Y esto es muy doloroso, y por eso nos decidimos a esto”. (Catedral de San Cristóbal, 27 de febrero de 1994).

Maribel, una muchacha de veintiseisaños, con el grado de capitán, afirma:

“Yo recuerdo cuando llegue y la diferencia que tengo ahorita, pues siento que me ha formado. No solo con mis mandos o con la convivencia dentro de los insurgentes, sino también con el pueblo. Y por ellos soy, por ellos soy capitán, lo que soy ahora. Estoy dispuesta a seguir o que ellos me marquen y eso lo hago por conciencia no porque al rato me van a pagar...

Entonces, como hemos dicho, no tenemos miedo a la muerte. Relamente aquí en la comunidades la muerte aparece de pronto, con diarrea, con vomito, con calentura, por eso lo que decimos nosotros, los insurgentes, es que la vida mas difícil no es ser insurgente, no es ser miliciano, la vida mas difícil es la que padece el pueblo, los sufrimientos, las injusticias, la falta de educación, la falta de alimentación. Eso es lo mas difícil, porque no se vive en un solo ida. En cambio, nosotros nuestra vida pues si es dura. Hay que caminar, correr, saltar, combatir. Por eso no es todo el tiempo como lo vive la comunidad.


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